Después de una vuelta por la ciudad tomamos la carretera de la costa, para despedirnos del Adriático. Son unos pocos kilometros, con el cielo despejado pero con bastante frío. llegados a Cervignano nos desviamos al interior, siguiendo carreteras invariablemente rectas, con campos hasta el mismo horizonte.
Sin embargo, justo cuando estábamos cruzando el Tagliamento, un cauce seco gigantesco, aparecen ante nosotros los Alpes, que apartan los nubarrones de la tormenta que dejó Centroeuropa blanca y a nosotros con un planning en la basura.
En Maniago nos despedimos de las rectas y empezamos con lo que nos gusta, para lo que sirven las motos: curvas.
La carretera hasta Longarone es preciosa, aunque a partir de allí nos toca seguir unos cuantos kilometros por nacional.
Paramos a los pies de una fortaleza y comemos algo en el mismísimo techo. Los muros protegen la entrada al puerto, que debía ser un paso estratégico.
Por primera vez en bastantes días tenemos un cielo azul completamente y sin una sola nube.
Con cuidado por el estado de la carretera y los márgenes nevados disfrutamos del paisaje y los pintorescos pueblos, algunos con nombres curiosos, como Stoner.
Se va haciendo tarde y avivamos el ritmo al tiempo que bajamos del altiplano por una carretera fantástica.
Sin parar ya, empalmamos tramos de aburrida nacional con puertos de montaña muy entretenidos y poco después de oscurecer llegamos al destino previsto, Riva del Garda.
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